¿Quién paga siempre la fiesta entre tanta burocracia?
Artículo original de José Antonio Ferreira Dapía, sobre la burocracia que reina en Europa y quien paga esa «fiesta», publicado el 26 de noviembre de 2024.
La reducción de la jornada laboral sin una adaptación correspondiente en términos de productividad y eficiencia solo nos hará perder encargos industriales en beneficio de otros países más competitivos.
¡Ey Tecnófilos!
Vivimos en un mundo donde la post verdad reina y la verdad se distorsiona con facilidad, es fácil perderse en el ruido del relato político y social. Nos encontramos en una sociedad donde las pruebas y la realidad se transforman según convenga, utilizando técnicas de despiste y camuflaje que desvirtúan cualquier atisbo de verdad. Esta práctica, que lamentablemente se ha normalizado, es tanto un fenómeno global como una enfermedad particularmente virulenta en España.
Los empresarios, como actores en el teatro económico, sufrimos las consecuencias de esta incertidumbre. La falta de seguridad jurídica y la imprevisibilidad nos obligan a estar continuamente improvisando, algo que va en contra de cualquier principio de buena gestión empresarial. Los gobiernos parecen más interesados en entretenimientos y trivialidades, dejando de lado las verdaderas preocupaciones de aquellos que sostienen la economía real.
Regulaciones y burocracia
Europa, con su constante oleada de regulaciones y burocracia, añade otra capa de complejidad. Ahora, con un toque humorístico pero tristemente real, llegamos al punto donde quieren regular hasta cuántas veces un ciudadano mayor de edad puede entrar en páginas porno.
¿Acaso vamos a tener inspectores de ocio? Mientras nos enredamos en estas menudencias, los aranceles a los coches chinos y las interminables normativas e impuestos parecen diseñados más para entorpecer que para fomentar el crecimiento. Nos enfrentamos a multas por cada desliz y normas que cambian con la marea política, creando un régimen de auténtico terrorismo fiscal.
Es una situación donde la simplificación y el apoyo a la innovación y el emprendimiento deberían ser prioritarios, pero, irónicamente, nos encontramos atrapados en una maraña burocrática.
Por si fuera poco, ahora se plantea reducir la jornada laboral a treinta y siete horas y media, manteniendo el mismo salario. Nadie se ha planteado que esta medida, aunque presentada como un beneficio para los trabajadores, resta muchísima competitividad en el marco internacional.
Reducción de la jornada laboral
La reducción de la jornada laboral sin una adaptación correspondiente en términos de productividad y eficiencia solo nos hará perder encargos industriales en beneficio de otros países más competitivos. Al final, la pregunta crucial sigue en pie: ¿quién va a pagar toda esta fiesta? La respuesta es tan evidente como dolorosa: el ciudadano de a pie, los más débiles en la cadena económica.
El coste de estas decisiones lo pagamos todos, especialmente los más vulnerables. La reducción de la jornada laboral, sin una planificación adecuada y sin un apoyo real a las empresas, solo llevará a una menor competitividad y a mayores cargas para aquellos que ya están luchando por mantenerse a flote.
La fiesta de la regulación excesiva y los impuestos asfixiantes siempre termina siendo pagada por los mismos: los ciudadanos y las pequeñas y medianas empresas que forman el núcleo de nuestra economía.
Estamos en un mundo surrealista, donde el valor de la verdad se ha perdido y donde la improvisación se ha convertido en la norma. Es hora de que reclamemos un enfoque más serio y pragmático, donde la verdad y la planificación a largo plazo vuelvan a tener un lugar central. Solo así podremos construir una sociedad y una economía más justas y sostenibles.
¡Se me tecnologizan!