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¿Por qué naufraga una empresa?

Artículo original de José Antonio Ferreira Dapía, sobre el fracaso empresarial, publicado en Mundiario el 6 de noviembre de 2023.


¡Ey Tecnófilos!
La tecnología emerge como un faro de progreso. «Tecnologizarse o morir» no es solo un lema, es una realidad ineludible.

En el horizonte empresarial, marcado por el constante cambio y la competencia, el fracaso es una realidad que muchos enfrentan, pero pocos comprenden en su totalidad. Con más de treinta años en el mundo del emprendimiento y la tecnología, he acumulado una rica amalgama de experiencias. «He ganado y he perdido, pero nada he olvidado», y es desde esta memoria viva que desentrañamos las causas del fracaso empresarial.

A veces siento escalofríos viendo a empresarios cometiendo los mismos errores que yo perpetré antaño. Entonces me invade la dicotomía hamletiana: Le advierto o no le advierto.

Creo que no soy una persona cobarde aunque en “la blanca” que me dieron después de la corta mili pone que el valor se me supone. Sin embargo en este caso, salvo que con el sujeto mantenga una relación cercana, procedo a “pasar de todo” para no granjearme un nuevo no-fan.

La falta de un plan de negocios sólido es como zarpar sin mapa ni brújula; te condena a navegar a ciegas.

Una gestión financiera deficiente es el equivalente a un barco con una vela rota; no importa cuán fuerte sople el viento, el avance es lento y penoso. La falta de adaptación al mercado y la ignorancia de la competencia son como ignorar las señales de una tormenta inminente; el resultado es, a menudo, desastroso.

La testarudez y la contumacia de un empresario pueden ser tan perjudiciales como un capitán que se niega a escuchar a su tripulación o a los cambios del viento. La falta de vigilancia al mercado y especialmente a la competencia es como navegar con los ojos cerrados. Y si la empresa es una sociedad, la envidia y la discordia entre socios, o peor aún, la psicopatía de uno de ellos, pueden desgarrar las velas de la colaboración y la confianza mutua.

El apalancamiento excesivo es como cargar el barco con demasiado peso, haciéndolo vulnerable a hundirse ante la primera ola grande. Y la complacencia, ese creerse «los reyes del mambo», es como anclar en la bahía del éxito pasado, mientras el mar de la innovación sigue su curso.

En este contexto, la tecnología emerge como un faro de progreso. «Tecnologizarse o morir» no es solo un lema, es una realidad ineludible. La brecha digital es un problema grave que, si no se aborda, puede ampliar la distancia entre las empresas y su potencial de éxito. La tecnología es la herramienta más efectiva para hacer las empresas más competitivas, y su implementación debe ser vista como una inversión, no como un gasto. «Lo que no se mide no se controla y lo que no se controla no se puede optimizar». Esta máxima es esencial para entender la importancia de la tecnología en la medición y mejora continua de los procesos empresariales.

Además, el negarse a pagar «mordidas» o participar en actos de corrupción, aunque moralmente incorrecto, puede ser un obstáculo en ciertos entornos. Sin embargo, la integridad a largo plazo se traduce en una marca de confianza y respeto.

Finalmente, no ser políticamente correcto para el gobierno de turno puede cerrar puertas que de otro modo estarían abiertas. La política puede ser un campo minado, pero navegarlo con astucia y principios es parte del juego empresarial.

Cada una de estas razones, y muchas otras, son hilos en el tejido del fracaso empresarial. Como empresarios, nuestro deber es estudiar este tejido para fortalecer nuestras propias empresas. La experiencia es un maestro implacable, pero aquellos que aprenden de ella están destinados a construir empresas que no solo sobreviven, sino que prosperan.

En la reflexión de mis años, veo que cada fracaso ha sido un peldaño en la escalera del aprendizaje. Y mientras el mundo sigue girando, nosotros, los empresarios, debemos girar con él, siempre hacia adelante, siempre hacia arriba, con la mirada fija en el horizonte de la innovación y la mejora continua.


¡Se me tecnologizan!

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