Soy un ‘puto’ autónomo
Artículo original de José Antonio Ferreira Dapía, sobre los autónomos, publicado en Economía Digital el 8 de marzo de 2024.
Ey, ¡Tecnófilos!
Ser autónomo en España es un acto de equilibrismo, una danza constante en la cuerda floja de la incertidumbre financiera; es vivir en una tragicomedia donde la risa y el llanto se entrelazan en un abrazo eterno.
En el pintoresco y a veces desconcertante mundo de los autónomos, donde la realidad supera a menudo la ficción, nos encontramos con un escenario digno de una sátira al más puro estilo de Kafka. Hoy desgranaremos con un toque de humor negro y una pizca de ironía la vida de esos valientes (o insensatos, según se mire) guerreros de la economía: los autónomos. El título de nuestro relato no podría ser más explícito: «Soy un ‘puto’autónomo».
Imaginémonos por un momento que, en un alarde de valentía o en un arrebato de locura transitoria, decidimos emprender. El primer paso es confesar ante el altar del Gobierno de España: «Soy un autónomo». Esta confesión, lejos de ser una declaración de independencia, es más bien un voto de castidad económica, donde renunciamos a muchos de los placeres mundanos reservados para los mortales asalariados.
Nuestro intrépido autónomo se embarca en un viaje épico donde no existe el derecho a arruinarse. La bancarrota no es una opción; es más bien un tabú. «¡Arruinarse es para débiles!», exclama el autónomo mientras mira con envidia a las empresas que, cual Ave Fénix, renacen de sus cenizas gracias a la magia de las leyes concursales.
El derecho al paro es otro mito urbano en el universo autónomo. En este cosmos paralelo, el desempleo es un concepto tan abstracto como la cuadratura del círculo. Nuestro héroe, armado con su espada de facturas y su escudo de declaraciones trimestrales, lucha contra el dragón del desempleo, un monstruo invencible que no entiende de bajas laborales.
Hablando de enfermedades, ¿quién necesita ponerse enfermo cuando se es autónomo? Las enfermedades son para aquellos que tienen tiempo para ellas. Un autónomo verdadero trabaja con fiebre, escribe emails entre estornudos y cierra tratos en la sala de espera del médico. Las vacaciones pagadas son otro cuento de hadas. En el mundo de los autónomos, «vacaciones» es solo otro nombre para «trabajar desde una ubicación más exótica».
Ser autónomo es toda una aventura, un camino lleno de baches pero también de estrellas fugaces.
El tema de los impuestos merece un capítulo aparte en esta comedia. Desde el primer día que el autónomo decide embarcarse en su aventura, se convierte en el mejor amigo de la Agencia Tributaria. «Hacienda somos todos», pero algunos somos más Hacienda que otros. Los impuestos directos, indirectos, y aquellos que aún están por inventar, se convierten en fieles compañeros de viaje de nuestro autónomo.
Y aquí viene la gran ironía: a pesar de vivir en una montaña rusa financiera, la sociedad y el Gobierno miran al autónomo como si fuera un magnate. «¡Debe ser millonario para trabajar por su cuenta!», exclaman, mientras el autónomo revisa su cuenta bancaria buscando esos millones esquivos.
En el extraño caso de que nuestro valiente autónomo fracase en su noble empeño, no esperemos que la sociedad o el Gobierno le ofrezcan una red de seguridad. La red está reservada para aquellos que nunca se atrevieron a saltar. En este mundo, el fracaso es una mancha difícil de borrar, un tatuaje de la audacia de haberlo intentado.
En resumen, ser autónomo en España es un acto de equilibrismo, una danza constante en la cuerda floja de la incertidumbre financiera. Es vivir en una tragicomedia donde la risa y el llanto se entrelazan en un abrazo eterno. Pero, a pesar de todo, hay algo en este estilo de vida que atrae a miles de valientes cada año. ¿Masoquismo? ¿Valentía? ¿Locura? Quién sabe. Pero una cosa es segura: ser autónomo es toda una aventura, un camino lleno de baches pero también de estrellas fugaces.